Chevrolet Camaro ZL1
Prueba de manejo
Luego del
encantamiento original por el regreso del Camaro a la vida hace tres años, luego
de ocho de ausencia del mercado, este Chevrolet que fue abrazado por el público
hasta al grado de que el año pasado vendiera más que su icónico rival, el Ford
Mustang. Pero ante los ojos de los más exigentes había perdido algo de su poder
de atracción. Con enemigos poniendo en el mercado versiones que llagan, como en
el caso del Shelby, a nada menos que 650 caballos de fuerza, el Camaro pasaba a
segundo plano.
Parte de ese
descaso hacia el auto se debía a sus propias limitaciones. El interior nunca
tuvo el refinamiento que los tiempos modernos exigen. Los plásticos seguían
viéndose baratos y la forma de sus instrumentos emulaban con menos fortuna que
el exterior, las de los antiguos Camaro de su época dorada.
A esto súmese
la visibilidad absolutamente comprometida, una cajuela con una entrada
demasiado chica y el auto perdía ante nuestros corazones, poco a poco, el
atractivo logrado con su resurrección. Hasta que llegó el ZL1.
Visualmente,
las diferencias entre éste y los demás Camaro no es tan obvia. Es más bajo. Los
rines son mayores. El diseño de los faros de niebla es exclusivo y le acentúan
la agresividad visual. El alerón trasero incida que hay algo más serio en este
auto que sólo uno que otro accesorio. Para los conocedores los logotipos ZL1 en
la parrilla y tapa de la cajuela, dicen todo: este, no es cualquier Camaro.
El Dios del
trueno
Si quedaba
alguna duda sobre qué tan diferente esta versión es de las demás, esto
desaparece cuando prendemos el motor. En ese momento, sentimos que Thor en
persona bajó de los cielos para girar ese V8 con 6.2 litros de desplazamiento,
que gracias a un supercargador llega a impresionantes 580 caballos de fuerza.
El sonido de la esa máquina, aunque fuera lo único que ofreciera a sus pilotos
y afortunados amantes de los autos que pasen a su lado para oírlo, ya valdría
la pena la inversión extra. Pero claro que hay más.
En el caso de
nuestro auto de prueba, este potro venía algo domado. Esto porque nos tocó la
opción con caja automática de seis velocidades, con modo manual con paletas
detrás del volante. Si esto lo ayudó a dejarlo lejos en aceleración del
soberbio Shelby GT500, le dio al Camaro una ventaja que, ante nuestros ojos, no
tenía sobre el Ford: el placer de la convivencia diaria.
Los 5.7
segundos que tardamos para llegar a los 100 km/h, sí están a “eternos” 1.1
segundos de distancia de los 4.6 que logramos con el Shelby. Sin embargo, en el
día a día, ahorrar el sacrificio de lidiar con el más duro de los pedales de
embrague como el del Shelby, con un desempeño también satisfactorio, nos hace
considerar al ZL1 como mucho más que una opción viable, pasa a ser incluso,
recomendable.
Para los que
piensan que nos estábamos volviendo blandos y prefiriendo la comodidad al
desempeño, los responderemos después de la primera curva y al pasar por los
infinitos baches de nuestras calles.
Porque si en
las rectas le va mejor al Mustang, en todo lo demás el Camaro es más eficiente.
Claro, con suspensión trasera independiente, todos los Camaro tienen mejor
agarre lateral que un Mustang, pero en este caso específico la suspensión
magnética mejora el agarre y la calidad de marcha, haciendo del ZL1 un auto
cuya deportividad no sacrifica el confort, salvo por la visibilidad que, ante
su desempeño, consideramos completamente perdonada.
La caja
automática tiene tres modos. En el primero, hecho para el confort, el auto
arranca en segunda y los cambios favorecen el consumo. En el modo Sport la
primera ya entra en acción y los cambios se hacen hasta el límite de las
revoluciones. Por último el modo manual deja todo en las manos del piloto, que
sólo tiene que usar sus dedos detrás del volante y disfrutar como niño de este
gran automóvil.
Sí, el Camaro
ZL1 aún queda con 80 caballos de fuerza menos que el Shelby GT 500. Es menos
rápido en la aceleración. Pero su combinación de poder, agarre, suavidad y
amabilidad para ser usado todos los días, nos hizo de nuevo enamorarnos de él.
Y los enamorados, ya lo saben ustedes, no ven más que virtudes en su objeto de
deseo.
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